Tuesday, October 20, 2009

¿Y si les toca a los paleteros?

20 de Octubre 2009


Sonó más de lo que a cualquiera de nosotros le hubiera apetecido, esto de la crisis de representatividad en el sistema de partidos mexicano y, de pronto, nos encontramos entre las manos con un fenómeno que, debo decirlo, no sabía si era para echarse a llorar o congratularnos: salió juanito de entre una marejada de pactos obscuros, vitupereos y aplausos – los mas entusiastas que he visto en algún tiempo— y, por supuesto, entre una manada de chismes de la que, estoy seguro, todos disfrutamos contagiarnos o incluso añadiendo detalles de nuestra propia confección. Juanito es, desde cualquier lado de la balanza, lo más entretenido que le ha pasado a nuestra política en tiempos recientes.
La interminable discusión sobre las razones que pudieron haberlo llevado a ganar las elecciones delegacionales se antoja testaruda, el señor es simpático y – discúlpeseme la cursilería— la gente se identifica con él; es el retrato, más o menos auténtico, del común denominador en Iztapalapa. La discusión en la que sí creo que debiéramos interesarnos –a la luz de su tan desusado perfil y trayectoria—, es la de qué tan capaz hubiera sido para ejercer el cargo para el que fue –de acuerdo, a medias—electo. El político profesional no ha hecho –y serán contados quienes no coincidan conmigo, creo, si se echa mano de los resultados de las últimas elecciones intermedias—lo que debe; y es que debemos dar cuenta de un gran defecto en nuestro sistema representativo: es un reto querer representar, en un país en el que el promedio mensual de ingreso total por persona es de 3 mil 203 pesos, cuando se ganan 100 000 pesos al mes. La escalinata política tiene un acabado tal que, quien alcanza alguno de sus puestos más altos, está casi obligado a pertenecer, ya, a una casta social. Con Juanito no sucedió así, el señor dejaba un día a día que consistía en la administración de una paletería y de un par de changarros ambulantes en el Estado de Mexico para atender una de las delegaciones con mayor presupuesto del país. Ahora, el reparo obligado: juanito no ha terminado la prepa, no tiene experiencia burocrática ni habilidades de administrador y, lo que es peor, a juanito se le subió de volada. A pesar de la pobre preparación y el grosero olfato mediático del que pudo haber sido el nuevo delegado de iztapalapa, ¿Es un disparate sospecharlo conocedor de – otra vez, perdón por la cursilería— alguna verdad popular, la de los más humildes de los hijos de la guadalupana, de plano indescifrable para nuestra clase política de siempre? Rodeándose de operadores políticos serios, ¿No podría ésta resultar una fórmula ganadora? ¿No tendrá alguna trascendencia, algo de revelador, la fácil popularidad y triunfo del más jodido?
Apunto, juanito es alguien, no ya imperfecto, sino de plano muy fuera de lugar; su ejercicio de la política es uno que lleva al cinismo, la falta de compromiso y al patrimonialismo a sus últimas consecuencias. Lo que quiero poner de relieve es la correlación —esperando que uno sea indicador del otro— entre su origen, su perfil, y el favorecimiento, casi inmediato, de gran parte del público.
Al final, la imagen de juanito se desvanece, ninguneada; acaso perdurará, pero apenas como aquél mal chiste, como un ejemplo más del nivel de picaresca urbana del que sólo aquí se es capaz de alcanzar.

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