Thursday, July 16, 2009

PAJAREANDO, SALIÓ DEL AVIÓN UN CUENTO: LA UNAM

16/06/2009
Las historias debieran empezarse a escribir sólo cuando se tiene ya a la mano un final, si no agradable, al menos interesante. Lo que aquí hago no tiene final, ni forma siquiera; si de alguna intención hubiese que dotarlo, diría que es el recurso de escape del que me sirvo para amalgamar los retazos de sentimientos que, de otra manera, me harían la vida imposible. Y es que, en un mundo como el nuestro –de constantes desventuras e infortunios—, los sentimientos suelen surtir efectos de los pinches. Pinche es el sentimiento que paraliza en lugar de dar fuerza, como el que te sigue haciendo compañía desde que francisco te dijo que de la unam salen sólo taxistas. A lo que francisco tenga que decir de la unam, debiera no dársele más importancia de la que merece: como lo que francisco tiene que decir de la unam. Debí dar cuenta del escaso muestreo que probablemente bastó para que francisco llegara a una conclusión como aquella; reparar en que francisco seguramente es hijo de dos mochos y egresado del Vista Hermosa. Pero no; me desplomo, abatido por las palabras de mi querido amigo.
Existen pocas cosas tan bellas como el atardecer visto desde un avión; te ofrece una singular sensación de proximidad a lo que ,normalmente, juzgarías lejano; algo parecido a lo que debe ahora sentir aquél egresado de la unam que hoy, es mucho más que taxista.
Y bueno, libre como soy en este paseo literario sin forma ni limitantes, quisiera contarles una historia. El protagonista es yo, y yo quiere estudiar en la unam. Sucede que a yo no deja de desaconsejársele el ingreso a esta institución porque – lo adivinaron— de ahí salen sólo taxistas. Y yo, sin tener nada en particular que recriminar a los taxistas, no quiere ser uno cuando grande; no es lo suyo. Al mismo tiempo, yo se entera de que acaba de galardonarse a la unam con el prestigiosísimo Príncipe de Asturias y que los tres premios Nobel mexicanos se graduaron, todos, ahí mismito.
Ahí tienen, en un esbozo apresurado, la encrucijada de yo; de las dos versiones irreconciliables, ¿Cuál suponer verdadera?
Una opinión es tal en tanto que no es certeza, y es tan verdadera como la opinión que la contradice se lo permita; ¿Por qué, entonces, se opina y no afirma sobre la universidad nacional, teniéndose estándares e indicadores objetivos para medir la calidad universitaria? La respuesta se encuentra en los significados, en las distintas valoraciones sociales que se puede tener sobre un mismo objeto, y para las que poco, acaso nada, importan los rankings de universidades. Un ejemplo; existe en México un sector de la sociedad para el que la unam no se aviene a lo que debiera considerarse una buena universidad: la unam no es la escuela de la elite empresarial. A su vez, la elite empresarial, sin quererlo o proponérselo, hace las veces de clase ejemplar para muchos mexicanos; y es que nuestros empresarios disfrutan de mucho de lo que el resto de los mexicanos quisiera, al menos, una probadita. La empresarial es, pues, la clase que representa el éxito. Quien ha conseguido el éxito está obligado, supongámoslo por un momento, a poseer una o varias virtudes que hayan permitido que esto sea así; sin embargo – y he aquí el meollo del asunto—, al parecer de los exitosos, estas virtudes, no es la unam quien las ensena.
Quizá dí la impresión equivocada, habérselas con la moral empresarial como etnógrafo o psicólogo social es un cometido que dejaremos para la gente seria; a mí, por el momento, me basta con exponer la que es su opinión, y su evidente repercusión sobre la de una –ya no tan pequeña— parte de la sociedad. El punto a rescatar es que el sentir empresarial hacia la UNAM no tiene por qué tener algo que ver con la realidad; es el resultado, la sedimentación de un extenso cúmulo de experiencias, influencias y prácticas significativas; todas ellas, ahora convencionalizadas en la forma de estructura moral1–cabe aclarar que es simplista ,y acaso grosero, pretender una homogeneidad en la estructura moral empresarial. Quisiera invitar, pues, a reconsiderar el lugar en el estima público del que nuestra universidad nacional es acreedora, ya que resulta desconcertante la cantidad de mexicanos reacios a reconocer su calidad sin saber bien a bien qué, en concreto, es lo que le reprochan. Hagámonos de una opinión razonada y bien fundamentada al respecto, y ya hablaremos.
Yo, al final, se fue por la danza, que en realidad siempre fue lo suyo. Puede vérsele echando el “perreomamiperreo”en alguno de los antros de la ciudad; es feliz.







Fuentes:
1. Natalia Mendoza Rockwell, Conversaciones en el desierto: Cultura, moral y tráfico de drogas, México, Colección estudiantil CIDE, 2008.

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