Sunday, November 8, 2009

Una ojeada a la cuestión del SME

08 Nov 2009
La cuestión del Sindicato Mexicano de Electricistas, vista desde lejos y sin mayor detenimiento, invita a la inmediata simpatía –o repudio— por una de las dos versiones del cuento. Sin embargo, después de papalotear un rato en el asunto –muchos sin proponérnoslo, dado su atosigante éxito mediático—, éste empieza a adquirir matices y distingos que, en la apresurada lectura de panfletos políticos, pudieron no haberse advertido. Resultó que, otra vez, el malo no era tan malo, y el bueno tampoco lo era tanto.
Empezó todo con una disputa por la dirigencia del sindicato entre Martín Esparza, del grupo Unidad y Democracia Sindical, y Alejandro Muñoz, del grupo Transparencia Sindical. La Secretaría de Trabajo, a la que corresponde asignar la toma de nota, negó el triunfo a Esparza y anuló la elección alegando anomalías (no correspondía el número de votos con el de votantes adscritos) en el proceso. Esto ocurrió el lunes 5 de octubre; el sábado siguiente, policías federales ocuparon las instalaciones de Luz y Fuerza del Centro. En una edición extraordinaria del Diario Oficial de la Federación, al día siguiente, se anunciaba el decreto de extinción de LFC. En éste se describe, echando mano de un largo despliegue de cifras capaces de cimbrar la conciencia de hasta el más indiferente de nuestros conciudadanos, una compañía ya insostenible. Un par de ejemplos; los costos operativos de la paraestatal representaban casi el doble de sus ingresos; del año 2003 al 2008, la empresa generó 235,738 millones de pesos en ventas, al mismo tiempo, el costo de su mantenimiento fue de 433,290 millones de pesos. Durante este periodo, las transferencias presupuestales a la paraestatal ascendieron a más del 200%. A LFC se le roba, sistemáticamente, alrededor del 30% de la energía que distribuye; con un tino político digno de aplaudirse, en el decreto se comparó lo anterior con los robos a la CFE, que no alcanzan ni un pírrico 10%, y se señaló, eso sí, con hinchado ahínco, que todas las transferencias de dinero público a la empresa no iban destinadas sino a malgastarse en “sostener privilegios y prestaciones onerosas de carácter laboral”; es decir, en sostener al sindicato. Así, se tiene la desaparición de una paraestatal oficialmente justificada por las tropelías de su sindicato; en palabras del secretario de Gobernación, lo que los llevó a extinguir LFC fue “la imposibilidad de seguir proyectando por la vía de los acuerdos con el sindicato la modernización de la empresa”.
Ahora, no es para sorprenderse que, al calor de semejante fenómeno político, la pretensión de objetividad sea una que raye en el disparate, y por eso, a la hora de la repartición de culpas, nadie parece dar pie con bola. Maticemos, pues. Muchos de los vicios que mantuvieron a la paraestatal operando en números rojos son responsabilidad gubernamental; la Presidencia o la propia Sener por ejemplo, nunca cubrieron sus millonarios adeudos por el consumo de energía; incluso se condonaron deudas del Estado de México y de Hidalgo. La existencia de una cartera vencida de 7 mil millones de pesos, así como las pérdidas por el establecimiento de tarifas especiales son factores que, por más piruetas que se les haga dar, no pueden achacársele al sindicato. En marzo de 2008, la empresa firmó con el SME un convenio de productividad; en éste se incluían varias metas e indicadores para mejorar la calidad del servicio, por ejemplo, el tiempo para el restablecimiento del suministro tras los cortes por falta de pago. En diciembre de 2008, el grado de cumplimiento de las metas establecidas en el convenio era del 93.8%, lo que obliga a la pregunta, quizá bobalicona: suponiendo que las metas propuestas por el gobierno fueron consideradas con miras a superar la ineficiencia de la empresa, y éstas se cumplieron, ¿No es responsabilidad, al menos en importante medida, del gobierno la bancarrota de su empresa?1 Ahí le dejo.
El sindicato. Se me ocurre, para ahorrarme una explicación abultada, simplemente aludir al hecho de que su dirigente tiene caballos criollos y un lienzo charro en su propiedad. Si ésa no es opulencia y un indicio incontrovertible de que –al amparo de un contrato colectivo y de un discurso de, digámoslo con franqueza, irresistible timbre emocional, en el que el sindicalismo protagoniza la lucha contra el mal— se cobijan verdaderos privilegios, de plano me escapa qué sí lo sea. Ahora, claro, como bien se precipitó en señalar la izquierda, las anteriores no son monerías exclusivas del SME, y todos los organismos sindicales tienen su lista – unos más grande que la de otros— de desfachateces. El anterior no debiera ser, ni por asomo, argumento válido para la defensa del SME, y a la izquierda debiera corresponder atacarse, de forma indistinta y no selectiva, a los privilegios. Si la izquierda no alcanza a apreciar en todo esto el despliegue de una agenda progresista, la de acabar con los privilegios y la opacidad sindicales, ésta quedará, creo, como un sector insólitamente conservador; uno que defiende el status quo, lo que le funciona, lo que le reporta votos y recursos.
Para cerrar, el caso de LFC era, creo yo, el de una paraestatal que, para todos los efectos prácticos, pertenecía antes a su sindicato que al Estado. Esto porque, como en tantos otros casos en nuestro país, el que debiera ser el móvil de las estructuras paraestatales – brindar el servicio que les es encomendado—no viene sino en un tercer o cuarto orden de importancia, esto es, después de la promoción de los derechos de sus agremiados, los avances en prestaciones y privilegios; después de atender los intereses del Estado, concretamente, en la formulación de halagos públicos, del sindicato para éste, más o menos disparatados e hiperbólicos, o en la canalización de votos. Y cuando se llega, por fin, a ocuparse del servicio, pues es muy poco, acaso nada lo que queda por negociar, porque la direccionalidad, el margen operativo de cualquiera de estas empresas esta precedido, insisto, por una serie de cochupos, y pactos políticos. El problema, en el caso de LFC, es que nunca supieron congraciarse Estado y sindicato y, entonces sí, se arma el alboroto: por supuesto que supone un significativo ahorro fiscal la desaparición de la compañía y de su sindicato, y por supuesto que la provisión de electricidad –sí, más que ineficiente en las manos de la ahora desaparecida compañía— por una sola empresa permitirá reducir el costo administrativo y el del servicio.
Como apuntes finales, quizá no solicitados, quisiera sólo hacer notar que el dinero del que disponen los sindicatos es – el que no procede de cuotas a sus agremiados— público. Siendo esto así, no debiera ser sino justa y legítima la exigencia de rendición de cuentas a los sindicatos, pues, volviendo a nuestro tema, no puede dejar de ocurrírseme que hay algo de tramposo en reprochar la inequidad y privilegios dentro de éstos si no se les hace antes sujetos obligados de transparencia.

Tuesday, October 20, 2009

¿Y si les toca a los paleteros?

20 de Octubre 2009


Sonó más de lo que a cualquiera de nosotros le hubiera apetecido, esto de la crisis de representatividad en el sistema de partidos mexicano y, de pronto, nos encontramos entre las manos con un fenómeno que, debo decirlo, no sabía si era para echarse a llorar o congratularnos: salió juanito de entre una marejada de pactos obscuros, vitupereos y aplausos – los mas entusiastas que he visto en algún tiempo— y, por supuesto, entre una manada de chismes de la que, estoy seguro, todos disfrutamos contagiarnos o incluso añadiendo detalles de nuestra propia confección. Juanito es, desde cualquier lado de la balanza, lo más entretenido que le ha pasado a nuestra política en tiempos recientes.
La interminable discusión sobre las razones que pudieron haberlo llevado a ganar las elecciones delegacionales se antoja testaruda, el señor es simpático y – discúlpeseme la cursilería— la gente se identifica con él; es el retrato, más o menos auténtico, del común denominador en Iztapalapa. La discusión en la que sí creo que debiéramos interesarnos –a la luz de su tan desusado perfil y trayectoria—, es la de qué tan capaz hubiera sido para ejercer el cargo para el que fue –de acuerdo, a medias—electo. El político profesional no ha hecho –y serán contados quienes no coincidan conmigo, creo, si se echa mano de los resultados de las últimas elecciones intermedias—lo que debe; y es que debemos dar cuenta de un gran defecto en nuestro sistema representativo: es un reto querer representar, en un país en el que el promedio mensual de ingreso total por persona es de 3 mil 203 pesos, cuando se ganan 100 000 pesos al mes. La escalinata política tiene un acabado tal que, quien alcanza alguno de sus puestos más altos, está casi obligado a pertenecer, ya, a una casta social. Con Juanito no sucedió así, el señor dejaba un día a día que consistía en la administración de una paletería y de un par de changarros ambulantes en el Estado de Mexico para atender una de las delegaciones con mayor presupuesto del país. Ahora, el reparo obligado: juanito no ha terminado la prepa, no tiene experiencia burocrática ni habilidades de administrador y, lo que es peor, a juanito se le subió de volada. A pesar de la pobre preparación y el grosero olfato mediático del que pudo haber sido el nuevo delegado de iztapalapa, ¿Es un disparate sospecharlo conocedor de – otra vez, perdón por la cursilería— alguna verdad popular, la de los más humildes de los hijos de la guadalupana, de plano indescifrable para nuestra clase política de siempre? Rodeándose de operadores políticos serios, ¿No podría ésta resultar una fórmula ganadora? ¿No tendrá alguna trascendencia, algo de revelador, la fácil popularidad y triunfo del más jodido?
Apunto, juanito es alguien, no ya imperfecto, sino de plano muy fuera de lugar; su ejercicio de la política es uno que lleva al cinismo, la falta de compromiso y al patrimonialismo a sus últimas consecuencias. Lo que quiero poner de relieve es la correlación —esperando que uno sea indicador del otro— entre su origen, su perfil, y el favorecimiento, casi inmediato, de gran parte del público.
Al final, la imagen de juanito se desvanece, ninguneada; acaso perdurará, pero apenas como aquél mal chiste, como un ejemplo más del nivel de picaresca urbana del que sólo aquí se es capaz de alcanzar.

Thursday, July 16, 2009

PAJAREANDO, SALIÓ DEL AVIÓN UN CUENTO: LA UNAM

16/06/2009
Las historias debieran empezarse a escribir sólo cuando se tiene ya a la mano un final, si no agradable, al menos interesante. Lo que aquí hago no tiene final, ni forma siquiera; si de alguna intención hubiese que dotarlo, diría que es el recurso de escape del que me sirvo para amalgamar los retazos de sentimientos que, de otra manera, me harían la vida imposible. Y es que, en un mundo como el nuestro –de constantes desventuras e infortunios—, los sentimientos suelen surtir efectos de los pinches. Pinche es el sentimiento que paraliza en lugar de dar fuerza, como el que te sigue haciendo compañía desde que francisco te dijo que de la unam salen sólo taxistas. A lo que francisco tenga que decir de la unam, debiera no dársele más importancia de la que merece: como lo que francisco tiene que decir de la unam. Debí dar cuenta del escaso muestreo que probablemente bastó para que francisco llegara a una conclusión como aquella; reparar en que francisco seguramente es hijo de dos mochos y egresado del Vista Hermosa. Pero no; me desplomo, abatido por las palabras de mi querido amigo.
Existen pocas cosas tan bellas como el atardecer visto desde un avión; te ofrece una singular sensación de proximidad a lo que ,normalmente, juzgarías lejano; algo parecido a lo que debe ahora sentir aquél egresado de la unam que hoy, es mucho más que taxista.
Y bueno, libre como soy en este paseo literario sin forma ni limitantes, quisiera contarles una historia. El protagonista es yo, y yo quiere estudiar en la unam. Sucede que a yo no deja de desaconsejársele el ingreso a esta institución porque – lo adivinaron— de ahí salen sólo taxistas. Y yo, sin tener nada en particular que recriminar a los taxistas, no quiere ser uno cuando grande; no es lo suyo. Al mismo tiempo, yo se entera de que acaba de galardonarse a la unam con el prestigiosísimo Príncipe de Asturias y que los tres premios Nobel mexicanos se graduaron, todos, ahí mismito.
Ahí tienen, en un esbozo apresurado, la encrucijada de yo; de las dos versiones irreconciliables, ¿Cuál suponer verdadera?
Una opinión es tal en tanto que no es certeza, y es tan verdadera como la opinión que la contradice se lo permita; ¿Por qué, entonces, se opina y no afirma sobre la universidad nacional, teniéndose estándares e indicadores objetivos para medir la calidad universitaria? La respuesta se encuentra en los significados, en las distintas valoraciones sociales que se puede tener sobre un mismo objeto, y para las que poco, acaso nada, importan los rankings de universidades. Un ejemplo; existe en México un sector de la sociedad para el que la unam no se aviene a lo que debiera considerarse una buena universidad: la unam no es la escuela de la elite empresarial. A su vez, la elite empresarial, sin quererlo o proponérselo, hace las veces de clase ejemplar para muchos mexicanos; y es que nuestros empresarios disfrutan de mucho de lo que el resto de los mexicanos quisiera, al menos, una probadita. La empresarial es, pues, la clase que representa el éxito. Quien ha conseguido el éxito está obligado, supongámoslo por un momento, a poseer una o varias virtudes que hayan permitido que esto sea así; sin embargo – y he aquí el meollo del asunto—, al parecer de los exitosos, estas virtudes, no es la unam quien las ensena.
Quizá dí la impresión equivocada, habérselas con la moral empresarial como etnógrafo o psicólogo social es un cometido que dejaremos para la gente seria; a mí, por el momento, me basta con exponer la que es su opinión, y su evidente repercusión sobre la de una –ya no tan pequeña— parte de la sociedad. El punto a rescatar es que el sentir empresarial hacia la UNAM no tiene por qué tener algo que ver con la realidad; es el resultado, la sedimentación de un extenso cúmulo de experiencias, influencias y prácticas significativas; todas ellas, ahora convencionalizadas en la forma de estructura moral1–cabe aclarar que es simplista ,y acaso grosero, pretender una homogeneidad en la estructura moral empresarial. Quisiera invitar, pues, a reconsiderar el lugar en el estima público del que nuestra universidad nacional es acreedora, ya que resulta desconcertante la cantidad de mexicanos reacios a reconocer su calidad sin saber bien a bien qué, en concreto, es lo que le reprochan. Hagámonos de una opinión razonada y bien fundamentada al respecto, y ya hablaremos.
Yo, al final, se fue por la danza, que en realidad siempre fue lo suyo. Puede vérsele echando el “perreomamiperreo”en alguno de los antros de la ciudad; es feliz.







Fuentes:
1. Natalia Mendoza Rockwell, Conversaciones en el desierto: Cultura, moral y tráfico de drogas, México, Colección estudiantil CIDE, 2008.

Wednesday, June 17, 2009

Sobre Cuba

17/06/09
Hace apenas un par de horas discutía acaloradamente sobre Cuba con un amigo y, dado que esta columna debió entregarse hace una semana y sigo sin haber escrito una sola línea, quisiera, primero, aprovechar esta pequeña reflexión para hacerme de lo más parecido— si se puede— a una opinión definitiva sobre el asunto, para así ahorrarme futuras partiduras de cabeza y segundo, adelantar una disculpa para el perspicaz lector que haya advertido ya, que a este tema, por más piruetas que le haga dar, simplemente no puedo presentarlo como de relevancia en la actualidad política mexicana. Para el que siga leyendo, ahí va.
En julio de 2006 provisionalmente, y en febrero de 2008 de forma definitiva, Fidel Castro dejó la dirigencia de la isla caribeña a su hermano Raúl. Como era de preverse, el acontecimiento despertó la efervescencia especulativa de muchos analistas políticos, así como la de unos cuantos peleles, entre ellos, su servidor. Así es que pasé, hace poco, un mes en La Habana.
Algo que hasta al más distraído de los turistas le asalta la mirada, es la abrumadora cantidad de propaganda política, la cual, a diferencia de la nuestra –que ensalza a nuestros gobernantes por la más reciente de sus inversiones en infraestructura—, se sirve sobretodo de consignas anti yanquis; y es que, entre las pocas cosas sobre las que les queda capitalizar políticamente a los dirigentes cubanos está la presencia emblemática de la isla como el diminuto país que, por sí mismo, constituye el único bloque que sigue desafiante ante el paso del imperialismo norteamericano. Esta presencia, casi mítica, inaudita, la del nuevo David que enfrenta al Goliat de nuestro tiempo, sigue siendo aplaudida y objeto de innumerables elogios. Ahora, si bien es innegable que con la revolución de 58 se vio la culminación de un esfuerzo por terminar una larga historia de explotación, servilismo y despojo, ¿Debiera pensarse factible la transmisión del mismo profundo significado emancipador a las generaciones de cubanos venideras? Planteándolo de otro modo, ¿Puede justificarse ante la juventud cubana una revolución de la que, a sus ojos, sólo derivan embargos comerciales, múltiples privaciones materiales, alimenticias y de expresión, entre otras? Después de un mes de preguntárselo a todo cubano que tuviera el mal tino de escoger la misma banqueta por la que yo pasaba, creo que la respuesta es no.
Primeramente, creo que todo visitante llamado por la curiosidad de develar el secreto detrás de una economía –oficialmente— comunista corre el riesgo de, como yo, quedar tremendamente desilusionado. El caso de la economía cubana entraña una llaneza tal, que el desconcertado curioso no tarda en hacer el paralelismo fatal: ese que obliga a interpretarlo casi todo como un símil del capitalismo. Me explico; la configuración socioeconómica cubana no está fundada en un imperante principio de igualdad, sino que obedece a la mismísima lógica de retribución laboral que el resto del mundo capitalista; esto no porque el sistema lo prevea así, sino porque entre los cubanos resulta ya flagrantemente ingenuo pretender una economía familiar sostenida sólo con lo que el Estado ofrece(un obrero gana 400 pesos cubanos y un doctor gana 700; una cebolla cuesta alrededor de 5 pesos, una libra de frijoles 10 pesos, y un cuarto de kilo de pollo 23 pesos. Las raciones de comida suministradas por el Estado consisten, mensualmente, en 2 kilos y medio de arroz, medio litro de aceite para cocinar y, cuando disponibles, porciones de frijoles, azúcar, sardinas, puerco, pollo, jabón o pasta de dientes por persona), y porque es bien sabido que la única alternativa está –aunque quizá ahora cada vez más en la boyante economía informal— en partir al extranjero como profesionista, y así – tristemente sólo así— podrá permitírsele un estilo de vida más holgado a quienes se deja en la isla. Con esto, la diferenciación socio económica entre los habitantes de la isla no se hace esperar, y el hijo de doctor en Miami viste más caro y tiene un mp3 más nuevo que el hijo de plomero, también en Miami. Lo importante de rescatar es la incompatibilidad, cada día más insalvable, entre el discurso oficial, que pregona una fórmula de “cada quien según su capacidad, cada quien según su necesidad” y la realidad, muy distinta, que experimenta la juventud cubana.
Los grandes estandartes cubanos de la salud y educación gratuitas, enarbolados una y otra vez de cara a los detractores de la revolución, no tienen el mismo peso argumentativo de antes, pues –además de la obviedad de que Fidel y sus cercanos no son atendidos en los mismos hospitales que el resto de los cubanos— la fuga de capital humano trae consigo el inevitable deterioro en la calidad del servicio público. Actualmente, “la estimación oficial de los daños directos e indirectos del bloqueo a la economía cubana asciende a 79,325 millones de dólares” esto incluye ingresos dejados de percibir por exportaciones de bienes y servicios, afectaciones monetario-financieras, el bloqueo tecnológico, la incitación a la emigración y la fuga de talentos, las afectaciones en los servicios a la población, entre otros.
La realidad es que Cuba se aproxima a la asfixia económica, y sobrevive apenas echando mano de sus ciudadanos en el extranjero, del turismo y de subsidios venezolanos. Las remesas enviadas por los cubanos residentes en el extranjero fueron estimadas en 500 millones de dólares en 2007. El gobierno de Hugo Chávez concedió un apoyo de 800 millones de dólares y 92,000 barriles de petróleo en 2006 al gobierno cubano, además de 1.5 billones de dólares en 2007, todo a cambio del envío de 20,000 cubanos profesionistas a Venezuela.
El tema de la disidencia en Cuba siempre ha sido delicado; sin entrar en detalles, dejémosle en que no es ningún secreto que el cubano se anda con cautela a la hora de despotricar contra su gobierno; sin embargo, Raúl Castro convocó, en septiembre de 2007, “a los cubanos a expresar su punto de vista con valentía, sinceridad y objetividad” sobre el funcionamiento del sistema socialista en el país; como respuesta, se sostuvieron 12000 debates, y se obtuvieron 1, 200, 000 propuestas de cambio; sin querer parecer temerario o disparatado en mi diagnóstico, lo anterior me parece un indicador bastante contundente de que el ánimo general cubano apunta, repitámoslo por si las moscas, al cambio.
Corrigiéndome en lo dicho con anterioridad, respecto a la imposibilidad de sostenerse con lo que el Estado cubano suministra, no sé si sea suficiente para algunos, muy probablemente sí; lo que me importa señalar es el estrecho margen de alternativas económicas que se presentan al cubano y, sobre todo, la posibilidad de que esta situación devenga, como sucede ya en muchas comunidades, en germen de desmotivación y descontento social. No soy de la idea de que a Cuba no le queda de otra más que abrirse al mercado y atestiguar, con júbilo, el estrepitoso desmoronamiento de su sistema económico; muy al contrario, soy del parecer de que cuanto más de socialista y menos de gringo se tenga en el mundo, tanto mejor. Sólo creo, a raíz de mi viaje, que el desencanto entre la población es apabullante y – en sintonía con el tono reformista de Raúl— que la reinvención de la política cubana es inminente. Que se concrete, por ejemplo, la reforma salarial, con la que se incorporarían bonos y se aumentaría el salario según la productividad del individuo. Con esto, en Cuba se incentivaría la producción, con la eficiencia se disminuirán los índices de consumo energético, se aprovecharía mejor la jornada laboral, se disminuirán las importaciones y, finalmente, se podrían uniformar en las empresas las políticas salariales, según un criterio de trabajo y resultados. Se aumentarían salarios, lo que seguramente supondrá una refrescante primera vez para muchos trabajadores cubanos, así como una posible disminución en la fuga de profesionistas.
En suma, consideraría una lástima que, en aras de salvaguardar una presunta integridad ideológica, se sacrifique la que, según yo, debiera ser la primordial preocupación de cualquier administración pública, esto es, maximizar el bienestar social.
Juan Badan





Fuentes: Jesús García Molina, La economía cubana a inicios del siglo XXI: desafíos y oportunidades de la globalización, folleto, México, Naciones Unidas: CEPAL, 2005.
Alejandro Gutierrez, “Los Desafíos”, Proceso, 2008, num. 1655, p. 43.

Monday, May 25, 2009

MOTIVOS

27 de mayo de 2009
Al serme ofrecida la oportunidad de, semana con semana, escribir en este espacio, debo reconocer que me descubrí un tanto titubeante; ¿qué tengo yo de fresco e interesante que ofrecer, ya no se diga al lector, seguramente instruido, que se aventura por esta columna, sino a quien sea? Sin ánimo de echar pestes o acusar (por ahí sí que no daré con lo fresco), creo poder adivinar que la idea de una nueva columna de opinión se antoja –por decir lo menos— tediosa. Las razones por las que esto es así son sobradas, y no es mi intención reparar en ellas –suficiente con decir que no vacilaría en leer a José Woldenberg o a Sergio Aguayo antes que a mí mismo—sino presentar, más bien, las razones por las que resolví aceptar la invitación.
De la más somera, y acaso injusta, descripción del quehacer editorialista normalmente se concluye que éste consiste en opinar, a veces explicar, esclarecer, matizar o incluso denunciar; sin embargo, este ejercicio no debiera considerarse completo, creo, sin la pieza clave que es la retroalimentación del público. Ahora, claro, resultaría ingenuo pretender la existencia de una
masa crítica de lectores en México, que hiciese las veces de público y nutrierase la labor del editorialista mediante el diálogo; sin embargo, es justamente la diversidad de respuestas en un público, que disiente de, pone en entredicho o complementa una opinión –cualquier opinión—, el más claro indicio o síntoma de una sociedad auténticamente moderna. La incapacidad del público de coincidir, “de manera cierta y definitiva” en un punto de vista, sobre lo que sea, representa, en palabras de Fernando Escalante, “una complicación afortunada”, pues revela la existencia de una sociedad compleja, de un mosaico de contrastes de opinión, propio del orden moderno.
Al presentárseme pues, la oportunidad de participar en un proyecto –disímil, en muchos aspectos, de todo aquello a lo que más pudiera parecerse— opinando, qué mejor, me dije, que regodearme como partícipe – ilusorio, seguramente— del esfuerzo por dejar constancia de la modernidad, indudable, de nuestra sociedad.
Sin mayor preámbulo, nos vemos la siguiente semana, esta vez sí, espero, para hablar de cosas serias.